domingo, 3 de abril de 2016

EN EL 50 ANIVERSARIO DE LA MUERTE DE D. ANTONIO MAGARIÑOS

... Por Manolo Rincón.




Hoy hace medio siglo que nos dejó para siempre un hombre comprometido con sus ideas, con sus alumnos, con su Instituto y con la disciplina, D. Antonio.

Por ello, como un sencillo homenaje, escribo estas líneas para recordarle y para que los que no le conocieron puedan saber algo más de él.

D. Antonio, como yo siempre le llamé, se me viene a la memoria como una persona muy seria, recta, trabajadora y que nunca deseaba ni homenajes o prebendas, ni distinciones.

Al recordarle, hay que enmarcarle en su época y así podemos comprender mejor cuál fue su filosofía vital. Pertenecía a esa clase de personas que siempre se guiaba por sus convicciones, que eran profundamente católicas, dado que su formación básica venía de los años pasados en el Seminario. En aquel entonces esta formación se veía como algo muy positivo para un educador.

A sus características personales, antes esbozadas, se unía su erudición en Latín y siendo ésta una asignatura básica en los planes de estudios de los años 40, no es de extrañar que se le reclamase para hacerse cargo de la Cátedra del Instituto.

La primera directiva del Centro apreció enseguida la disposición de D. Antonio hacia el trabajo, que era uno de los motores de su vida, por lo que le fue encargando distintos cometidos, diferentes a su actividad pedagógica en la Cátedra.

Primero ocuparse de la dirección del internado, donde pasó a vivir con su mujer, Dª Pilar y en el que nacieron sus hijos. Después, la Jefatura de Estudios del Instituto, cargo de gran relevancia en el equipo directivo.

D. Antonio asumió estos trabajos añadidos con gran vocación y dedicándoles tiempo de su vida personal sin regatear ni horas ni esfuerzos.

Mis recuerdos me lo presentan en su faceta de educador, como una persona con gran autoridad moral, a la cual era imposible tratar de mentir o engañar. Desde temprana hora de la mañana vigilaba la entrada al Instituto, después de la gimnasia matutina. Luego, al final del recreo, cuando regresábamos a clase a los compases de la marcha de Schubert, siempre le veíamos atento al orden y el silencio.

He de referirme a dos de sus principales características, grabadas en el imaginario colectivo de los estudiantes de la época. La mirada al reloj para lograr inmediatamente un asombroso silencio unido a una perfecta formación de los alumnos. Después la frase “Sobre y Carta”, con lo cual quien recibía ese mensaje sabía que había hecho algo mal y debía de presentarse con ambas cosas en la Jefatura de Estudios (pequeño despacho en la planta segunda), para que el padre o tutor tuviese conocimiento del hecho.

Todos recordamos su silbato para avisar el final del recreo. También le caracterizaba un megáfono que finalmente fue electrónicamente amplificado, con las “nuevas tecnologías” y el llamarle “Quo Vadis”, pues solía decirte al verte fuera de formación “¿A dónde vas?”.

Pero no conforme con el trabajo que desarrollaba, se había planteado mayores retos personales para su Instituto. Al ver que los alumnos internos disponían de mucho tiempo libre, sabemos que barajó diferentes deportes a  introducir en el Centro para conseguir hacer cierto el proverbio “Mens sana in corpore sano”. Al final, se decidió por el baloncesto y fue poco a poco logrando que en el recinto del Centro hubiese canchas y que se organizasen pequeños campeonatos de baloncesto entre las distintas clases.

Al darse cuenta de que este deporte prendía rápidamente en los alumnos y que la directiva lo apoyaba totalmente, en su mente se forjó la idea de crear un equipo estable para ir a competiciones extraescolares.

Bautizó a este equipo como “El Estudiantes” y pronto con ayuda de todos, incluidos padres de alumnos, logró que fuese una realidad en el año 1.948. Parece ser que intentó que el nombre fuese el del Instituto, pero la ley no lo permitía, por lo que dijo, todos somos estudiantes y de ahí el nombre. Fue su primer Presidente. La planta que él sembró ha dado muchos frutos y es otro de sus grandes logros por el cual se le recuerda.



Pero tanta y tan variada actividad no le impidió cultivar su amado Latín, preparando algunas obras y artículos como este libro sobre Cicerón, que fue utilizado como libro de texto.





No es de extrañar que se le distinguiese con la Cruz de Alfonso X El Sabio.

Su preocupación social se centró en que pudiesen estudiar quienes, por diferentes motivos no podían asistir a las clases diurnas, creando el Bachillerato de Estudios Nocturnos del Instituto, del que fue  Director y donde muchos trabajadores pudieron estudiarlo, al tiempo que atendían a sus obligaciones laborales.

Esta gran actividad tuvo un precio, su corazón empezó a resentirse. Con gran pena hubo de dejar la Jefatura de Estudios y la Presidencia de El Estudiantes y dedicarse únicamente a la Cátedra.
No faltó ni un solo día a clase, hasta que el 4 de abril de 1.966 su corazón no pudo más.



Detrás quedaban más de 25 años de labor profesional, educativa y deportiva. Siete hijos y miles de alumnos que recibieron de sus manos formación y entusiasmo. Es totalmente coherente como homenaje, que de manera inmediata, se pusiera la primera piedra al polideportivo que hoy lleva su nombre.

En la lejanía de este medio siglo su figura se agranda como un gran maestro en todos los órdenes de la vida, tanto para aquellos que le conocimos, como los más jóvenes a los que hemos tratado de transmitir sus valores.

Hemos rescatado (Rosa María y yo), todos los vestigios de su vida laboral en el Ramiro y podéis consultarlos en esta dirección:

http://amagarinos.blogspot.com.es/2014/12/d.html








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4 comentarios:

  1. Durante todos mis años como profesor de Instituto, no he dejado un solo momento de admirarme del don de Magariños: con su sola presencia mantenía el orden, y si había que pasar a mayores, la sanción que imponía era algo tan incruento como mandarte a Secretaría a pedir "sobre y carta", castigo, empero, temido por todos nosotros, pues se decía que el que se hacía merecedor de él por tres veces terminaba siendo sometido a un expediente sancionador y expulsado del Centro, aunque yo nunca tuve noticia de que ningún "sobre y carta" acarrease más consecuencia que el disgusto que te proporcionaba la regañina de tus padres. Para las faltas de poca monta, en cambio, existía la sanción de quedarte a estudiar en el aula de "seis a nueve", que eso sí que resultaba molesto.
    No era necesario acudir a expulsiones temporales, ni incoar expedientes, pues Magariños resolvía los casos de indisciplina mucho antes, y no precisamente a la manera como en otros colegios se mantenía entonces el orden académico, a base de castigos físicos.
    La moderna pedagogía abomina de esos castigos físicos, por supuesto, pero, al principio, cuando la transición, ni siquiera era admisible otro tipo de sanciones, de hecho, para responder a cualquier pequeña perturbación causada por un alumno, era obligatorio someterle a un expediente, lo que resultaba tan oneroso que sencillamente no se actuaba, y los alumnos percibieron que eran intocables, y la disciplina quedó gravemente dañada. Con el paso de los años se implantaron nuevas normas que permitían la expulsión temporal de los alumnos díscolos, u otras medidas semejantes, pero en estos tiempos abundan en los Institutos –en unos más que en otros– los alumnos sin interés por aprender, aunque con interés por alterar la convivencia, y con ellos de nada sirven los procedimientos en uso: he llegado a tener algún alumno que acumulaba hasta tres expedientes en un solo curso y no por eso cambiaba en absoluto de actitud.
    Quizás Magariños se habría visto desbordado por las circunstancia, si le hubieran tocado estos tiempos, pero repito que siento una gran admiración por su capacidad para controlarnos apelando únicamente a su personalidad.

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    1. José Enrique. Aunque los tiempos hayan cambiado mucho, fue un hombre genial y entregado de una manera que yo creo nadie ha igualado. Y no le importó que eso conllevase una prematura muerte para él.

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    2. A mi me dió clase de latín y recuerdo sus sesiones de "plan checa" en las que teníamos que poner sobre los pupitres los diarios abiertos. Él lanzaba una pregunta y asignaba a un alumno para que respondiera. Si la respuesta no era correcta, se acercaba apresurado a su pupitre, se ponía las gafas y le largaba un cero en el diario. Su severidad tanto en clase como con el megáfono hacía que le tuviéramos un gran respeto pero ello no era obstáculo para que sintiéramos (al menos es mi caso) un gran cariño y admiración)
      También recuerdo que cuando llegaba al aula, su fatiga después de subir las escaleras le obligaba a reposar su cabeza sobre la mesa durante unos minutos antes de iniciar con toda entrega la clase.
      R.Rebollo
      PD. La fotografia que incluye Manolo en su artículo, podría corresponder a la entrega que nos hizo de una réplica del trofeo en el año 62 como ganadores de los campeonatos nacionales escolares infantiles. Al menos creo identificar la pequeña copa que está entregando. ¿Puedo estar en lo cierto, Vicente? Seguro que lo puedes corroborar revisando tus extensos archivos

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    3. Pues no exactamente, se la da Arturo Fraile, hermano de Goyo, jugador del Estudiantes, quien con el equipo Tritones de una clase ganaron la competición interclases de su edad en ese año. Vicente Ramos.

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