... Por Manolo Rincón.
Hoy hace medio siglo que nos dejó para siempre un hombre comprometido con sus ideas, con sus alumnos, con su Instituto y con la disciplina, D. Antonio.
Por ello, como un sencillo homenaje, escribo estas líneas para recordarle y para que los que no le conocieron puedan saber algo más de él.
D. Antonio, como yo siempre le llamé, se me viene a la memoria como una persona muy seria, recta, trabajadora y que nunca deseaba ni homenajes o prebendas, ni distinciones.
Al recordarle, hay que enmarcarle en su época y así podemos comprender mejor cuál fue su filosofía vital. Pertenecía a esa clase de personas que siempre se guiaba por sus convicciones, que eran profundamente católicas, dado que su formación básica venía de los años pasados en el Seminario. En aquel entonces esta formación se veía como algo muy positivo para un educador.
A sus características personales, antes esbozadas, se unía su erudición en Latín y siendo ésta una asignatura básica en los planes de estudios de los años 40, no es de extrañar que se le reclamase para hacerse cargo de la Cátedra del Instituto.
La primera directiva del Centro apreció enseguida la disposición de D. Antonio hacia el trabajo, que era uno de los motores de su vida, por lo que le fue encargando distintos cometidos, diferentes a su actividad pedagógica en la Cátedra.
Primero ocuparse de la dirección del internado, donde pasó a vivir con su mujer, Dª Pilar y en el que nacieron sus hijos. Después, la Jefatura de Estudios del Instituto, cargo de gran relevancia en el equipo directivo.
D. Antonio asumió estos trabajos añadidos con gran vocación y dedicándoles tiempo de su vida personal sin regatear ni horas ni esfuerzos.
Mis recuerdos me lo presentan en su faceta de educador, como una persona con gran autoridad moral, a la cual era imposible tratar de mentir o engañar. Desde temprana hora de la mañana vigilaba la entrada al Instituto, después de la gimnasia matutina. Luego, al final del recreo, cuando regresábamos a clase a los compases de la marcha de Schubert, siempre le veíamos atento al orden y el silencio.
He de referirme a dos de sus principales características, grabadas en el imaginario colectivo de los estudiantes de la época. La mirada al reloj para lograr inmediatamente un asombroso silencio unido a una perfecta formación de los alumnos. Después la frase “Sobre y Carta”, con lo cual quien recibía ese mensaje sabía que había hecho algo mal y debía de presentarse con ambas cosas en la Jefatura de Estudios (pequeño despacho en la planta segunda), para que el padre o tutor tuviese conocimiento del hecho.
Todos recordamos su silbato para avisar el final del recreo. También le caracterizaba un megáfono que finalmente fue electrónicamente amplificado, con las “nuevas tecnologías” y el llamarle “Quo Vadis”, pues solía decirte al verte fuera de formación “¿A dónde vas?”.
Pero no conforme con el trabajo que desarrollaba, se había planteado mayores retos personales para su Instituto. Al ver que los alumnos internos disponían de mucho tiempo libre, sabemos que barajó diferentes deportes a introducir en el Centro para conseguir hacer cierto el proverbio “Mens sana in corpore sano”. Al final, se decidió por el baloncesto y fue poco a poco logrando que en el recinto del Centro hubiese canchas y que se organizasen pequeños campeonatos de baloncesto entre las distintas clases.
Al darse cuenta de que este deporte prendía rápidamente en los alumnos y que la directiva lo apoyaba totalmente, en su mente se forjó la idea de crear un equipo estable para ir a competiciones extraescolares.
Bautizó a este equipo como “El Estudiantes” y pronto con ayuda de todos, incluidos padres de alumnos, logró que fuese una realidad en el año 1.948. Parece ser que intentó que el nombre fuese el del Instituto, pero la ley no lo permitía, por lo que dijo, todos somos estudiantes y de ahí el nombre. Fue su primer Presidente. La planta que él sembró ha dado muchos frutos y es otro de sus grandes logros por el cual se le recuerda.
Pero tanta y tan variada actividad no le impidió cultivar su amado Latín, preparando algunas obras y artículos como este libro sobre Cicerón, que fue utilizado como libro de texto.
No es de extrañar que se le distinguiese con la Cruz de Alfonso X El Sabio.
Su preocupación social se centró en que pudiesen estudiar quienes, por diferentes motivos no podían asistir a las clases diurnas, creando el Bachillerato de Estudios Nocturnos del Instituto, del que fue Director y donde muchos trabajadores pudieron estudiarlo, al tiempo que atendían a sus obligaciones laborales.
Esta gran actividad tuvo un precio, su corazón empezó a resentirse. Con gran pena hubo de dejar la Jefatura de Estudios y la Presidencia de El Estudiantes y dedicarse únicamente a la Cátedra.
No faltó ni un solo día a clase, hasta que el 4 de abril de 1.966 su corazón no pudo más.
Detrás quedaban más de 25 años de labor profesional, educativa y deportiva. Siete hijos y miles de alumnos que recibieron de sus manos formación y entusiasmo. Es totalmente coherente como homenaje, que de manera inmediata, se pusiera la primera piedra al polideportivo que hoy lleva su nombre.
En la lejanía de este medio siglo su figura se agranda como un gran maestro en todos los órdenes de la vida, tanto para aquellos que le conocimos, como los más jóvenes a los que hemos tratado de transmitir sus valores.
Hemos rescatado (Rosa María y yo), todos los vestigios de su vida laboral en el Ramiro y podéis consultarlos en esta dirección: