miércoles, 22 de mayo de 2013

 
 
EL ORGULLO DE PERTENENCIA
 
Observo desde hace largo tiempo, cada vez que me encuentro con un alumno del Instituto Ramiro de Maeztu al cual no veía desde hacía muchos años, que surge inmediatamente una corriente de cariño y simpatía inexplicable tras tantos años de lejanía y sin contacto alguno. Este fenómeno se ha repetido y con un efecto multiplicador,  me temo,  tras nuestro reencuentro como miembros de la promoción 1.964. Y observo que pocos, o ninguno, diría yo, carece de lo que podríamos llamar el orgullo de pertenencia al Ramiro.
Fenómeno muy particular en el que no concurren los normalmente aceptados generadores de orgullo de pertenecía que usualmente se consideran en las organizaciones, empresas, equipos deportivos, etc.
Intereses y objetivos comunes no hay, convivencia en el estudio/trabajo ya no hay, resultados satisfactorios conjuntos tampoco hay. ¿No se deberá a unos valores en los que nos educaron y que hemos conservado, e incluso incrementado, a lo largo del periodo en el que vivimos independientes los unos de los otros y a un cariño latente mantenido en nuestro interior que ahora aflora con más fuerza?
Yo he vivido varias otras estructuras, además del Ramiro, con orgullo de pertenencia; el Estudiantes primero, en conexión muy directa con el Ramiro, el Real Madrid después y posteriormente la empresa para la que trabajé, generadora de muchos éxitos en lo profesional para sus trabajadores y pingües beneficios en lo económico para sus accionistas.
Tampoco aparece entre nosotros la figura de un líder generador de conductas beneficiosas para el conjunto.
Pero si aparece el talento. Expresé hace ya muchos meses que me enorgullecía ver en la base de datos los pequeños apuntes profesionales de todos, cuajada de innumerables universitarios de relumbrón, de licenciados, economistas, doctores en medicina y otras disciplinas del saber, letrados, catedráticos, ingenieros de todo tipo, etc.
Por eso os he pedido a todos que me enviárais vuestros escritos y publicaciones. Para hacer un poco más míos vuestros éxitos y disfrutar con ellos al compartirlos. De algunas materias no entiendo apenas, pero no dudéis que me enriquezco una barbaridad al leeros. Y aflora en mi ese sentimiento, orgullo de pertenencia, de haber compartido con vosotros en algún momento de nuestras vidas de jóvenes valiosos momentos que ahora se multiplican en su valor. ¿Se podría llamar también cultura corporativa? Porque este fenómeno no es único o privativo de nuestra promoción. Es mucho más amplio y engloba muchas promociones de nuestro tiempo. Incluso diría que alcanza igualmente a nuestros profesores. Pero muchos ya no están para corroborar estas impresiones.
Si de algún modelo se han copiado ejemplos, paradigmas, palabro tan de moda en la actualidad, en lo relativo al orgullo de pertenencia, es de los equipos deportivos de éxito. Y en ellos viví similares episodios. Pero siempre aparecieron allí los objetivos e intereses comunes, el éxito, la convivencia y el líder natural del grupo, características que ya he comentado previamente que no aparecían en nuestro grupo diluido en el tiempo.
¿Qué podría decir aquí de mis experiencias que fuera diferenciador con nuestro fenómeno? Pues creo que lo fundamental es que nunca perdí el contacto con los compañeros que a lo largo del tiempo han sido mis grandes amigos y ello ha sido fruto de una convivencia mantenida.
Pero no quisiera que esta entrada fuera una exposición personal y única. Os pido a todos los que estéis en disposición de aportar vuestras ideas al respecto, que lo hagáis bien por medio de comentarios en esta entrada o en otras entradas a publicar en continuación a ésta. Algunos sois grandes pensadores y escritores y todos, estoy seguro, teneis la capacidad de expresar con riqueza vuestras ideas, pensamientos y vivencias.
Creo que sería un buen motivo de unión analizar en conjunto este proceso de alegría del reencuentro de unos viejos amigos, algunos incluso desconocidos de los otros, pero unidos siempre en la alegría del recuerdo.
¿Idealizo una etapa de mi vida? Desde luego. ¡Pero qué bonito revivir los ideales en los que me eduqué! Hay una obra de teatro, la primera que leí por consejo de mi padre cuando iba a acceder a la universidad, Nuestra Natacha, de Alejandro Casona, que plasma ese ideal de juventud, la amistad, la convivencia, la función de la Universidad – ahora con mayúsculas – la coeducación, imposible en nuestro tiempo, la necesidad de un compromiso social de, no sólo la juventud, sino de la sociedad entera, de unos valores y talento y ciertamente esperanzadora, que me recuerda e inspira en nuestro pasado.
¿Debería renunciar a este bocado de felicidad que me ha brindado vuestro reencuentro? ¡No tengo por qué! Pienso continuar intentando arrastraros a que viváis esta situación con la misma ilusión que yo.
 
Dedicado a todos y cada uno de nuestros compañeros que ya no pueden compartir estos buenos momentos con nosotros.

 
 
 


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